domingo, 2 de junio de 2013

Umberto Eco: Apocalípticos e Integrados.

Umberto Eco en Apocalittici e Integrati (1965) defiende una tipología que parece un buen comienzo para considerar la posición de los intelectuales frente a la cultura de masas y comprender los malentendidos que prevalecen en la relación existente entre los intelectuales y los medios de comunicación.

Para Eco, las posturas de los intelectuales frente a la cultura moderna pueden abreviarse a partir de dos posicionamientos básicos: el del “apocalíptico” y el del “integrado”. El apocalíptico es aquel que contempla con desconfianza las nuevas técnicas de creación y difusión cultural y manifiesta su desasosiego por la participación popular en el ámbito de la comunicación mediática. Creen fervientemente que la “cultura” es una cuestión que se reduce a un círculo restringido y, por ende, no tiene sentido alguno hablar en términos de cultura de masas, puesto que “es inconcebible una cultura compartida por la masa del pueblo”.

El apocalíptico considera que la cultura demanda un cultivo individual de la inteligencia, la sensibilidad y el saber. Desconfía de su administración por parte de empresas o instituciones especializadas que persiguen yuxtaponer la cultura al “gran público”. Sostiene que el cometido de estas empresas especializadas provoca un importante empobrecimiento cultural y “una trivialización desalentadora capaz de afectar gravemente al propio devenir de la producción cultural, sometida a la tiranía del mercado y de una racionalidad industrial y técnica” (Rodriguez, Raúl (2001). Apocalypse Show. Intelectuales, televisión y fin de milenio, pp. 40-41).

Para el apocalíptico, la cultura de masas es una anticultura que se origina en el instante en que la “masa” hace acto de presencia tanto en la vida cultural como en la política. “La masificación cultural no es sólo el signo de una aberración transitoria y limitada al ámbito cultural; es el signo inequívoco de un proceso de decadencia irrecuperable de nuestra civilización, frente a la cual el hombre culto no puede expresarse más que en términos de desasosiego y desesperación” (Eco, Umberto 1988 (1965). Apocalípticos e integrados, p. 12).

En confrontación con el intelectual apocalíptico se distingue la posición confiada y optimista de los integrados, excesivamente involucrados en el gobierno de los nuevos medios técnicos y en el control de la industria cultural, y que disfrutan de una postura relativamente aventajada que les posibilita despreocuparse de los presuntos efectos malignos de los medios de comunicación de masas.

El integrado interviene en la creación cultural y posee un papel más dinámico en su construcción. Vive la cultura y sin embargo no se preocupa por ella. Como afirmaban Adorno y Horkheimer, a los que tienen intereses en la industria cultural les gusta hablar de cultura y de su industria usando una terminología técnica.

Umberto Eco nos previene frente a la postura de los autores integrados y nos recuerda que la cultura de masas “es una cultura mediatizada por medios tecnológicos y por sistema de producción industrial a gran escala”. A pesar de que los individuos tengan el derecho de hacer valer sus preferencias, las formas culturales son, en parte, impuestas por los cánones que se expiden en un reducido número de centros de producción y/o difusión cultural. Y esta constituye la principal debilidad de los integrados, porque resulta ingenuo pensar que en las sociedades complejas la cultura de masas responde literalmente a las necesidades sociales espontáneamente manifestadas por el “pueblo”.

Frente a este dilema que se plantea entre apocalípticos e integrados, nadie puede aspirar a una posición de absoluta neutralidad.

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